A finales de los años 70 el pintor Rufino Tamayo cristalizó el sueño de tener un museo en el bosque de Chapultepec. Los arquitectos Teodoro González de León y Abraham Zabludowsky fueron los autores del proyecto que fue concebido para dar cabida a ampliaciones futuras. 30 años después el Museo Tamayo ha reabierto sus puertas tras 10 meses de obras de remodelación y ampliación cuyo proyecto realizó nuevamente Teodoro González de León.
Un experto en el tema de museos, Glen D. Lowry, director del Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York dice que los museos de arte se han transformado de ser simples contenedores de objetos a ser espacios de encuentro donde los visitantes viven experiencias e interactúan con las obras. Es así que numerosos museos de arte contemporáneo, enfrentan en la actualidad el reto de transformarse para dar cabida al arte del siglo XXI. Así, con el fin de evolucionar y seguir vigente en un mundo de cambios vertiginosos, el Museo Tamayo, uno de los más reconocidos de América Latina, fue sometido a una cirugía múltiple en la que uno de los principales desafíos fue que la piel de concreto de las nuevas áreas quedara integrada perfectamente al edificio original.
Los intentos de ampliación del Museo Tamayo iniciaron a los cinco anos de su apertura. En entrevista para CyT, el arquitecto Teodoro González de León afirmó que el edificio nació con deficiencias porque se construyó en menos de un año. “Rufino Tamayo tenía nueve años gestionando con el gobierno que su museo estuviera en Chapultepec. Mucha gente no quería que estuviera allí, así que tuvo que sortear muchos obstáculos. Un día nos llamó Carlos Hank González — entonces regente de la ciudad — y nos enseñó el terreno donde había una casa de madera tipo inglés que era la casa club del antiguo club de golf. Nos dijo que si ajustábamos el proyecto al terreno no había que pedirle permiso a nadie. Aceptamos y la obra se construyó en sólo nueve meses”.
Intentos de ampliaciones fueron y vinieron sin que cristalizaran. Poco a poco se fueron agregando elementos de manera improvisada como la tienda, la cafeteriía y el auditorio. Algunas de las entradas de luz natural quedaron tapiadas y el personal operativo fue creciendo en número y en requerimientos de espacio. En 2009, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y la Fundación Olga y Rufino Tamayo, A.C. (FORT) retomaron el proyecto de ampliación y firmaron un acuerdo de colaboración para formar un fondo de participación mixta para financiar el proyecto y la obra. Para este proyecto de ampliación, se comisionó nuevamente al arquitecto Teodoro González de León, la construcción estuvo a cargo de Arquitech, y la empresa Winco supervisó la obra.
Volver sobre sus propios pasos
Al aceptar el encargo, la primera decisión que tuvo que tomar Teodoro González de León fue cómo abordar el proyecto. “Obviamente en 30 años he cambiado y eso me llevó a plantearme dos posibilidades: una era marcar claramente la nueva intervención; otra, seguir la pauta con la que hicimos el museo Abraham y yo hace 30 años. Me decidí por la segunda alternativa”. Hacia el exterior, el crecimiento del edificio prácticamente pasa inadvertido, sólo la presencia de la tienda y la cafetería se hacen notar. “El museo es muy hermético; esto fue parte del concepto inicial. Está envuelto por taludes que disminuyen visualmente su tamaño para fundirlo con el bosque. Hicimos la ampliación respetando esta idea; pero ahora hay dos elementos muy vistosos que son la tienda y el restaurante. Estos espacios están a una cota de altura estupenda porque desde la terraza estando sentado se ve el nacimiento de la fronda de los árboles del bosque y los troncos quedan debajo de la visual”.
En lo que toca a las nuevas salas, el arquitecto recuerda que hace 30 años Abraham Zabludowsky y él visitaron 60 museos y concluyeron que el ancho adecuado para estos espacios era de 7.0 m y la altura de 4.5 m. “En la actualidad las necesidades del arte son otras. Ahora la distancia óptima es de 12 m y las alturas van del orden de 6 a 9 m. Respetando la modulación original, las nuevas salas son de 14 x 14 m para que se pueda hacer cualquier ‘diablura’ contemporánea”. En lo que toca al auditorio el reto fue eliminar las filtraciones de agua. Este espacio había quedado sin concluir cuando se inauguró el recinto y después se adaptó pero no se había resuelto el problema de las filtraciones. Hoy, el auditorio tiene una imagen renovada; está equipado con tecnología de punta y las humedades son cosa del pasado. Por cierto, en este espacio el arquitecto González de León recibió la Medalla Bellas Artes que otorga el INBA a los creadores más destacados de nuestro país.
Otro de los conceptos a incorporar fue la accesibilidad. Ahora el Museo Tamayo cuenta con rampas y elevador que facilitan el acceso a personas con discapacidad a todas sus áreas y niveles. “El elevador fue un acertijo — dice el arquitecto — ya que el edificio está organizado en medios niveles y había que conectar todos (siete en total). Sólo hay un punto en el que esto se logra de manera fantástica; sin embargo, me costó mucho trabajo encontrarlo”.
El museo reabrió con seis exposiciones de artistas diversos, así como con una retrospectiva de la obra de Rufino Tamayo. Para la historiadora del arte Carmen Cuenca, directora del recinto, el reto que enfrenta este género de edificios en la actualidad es enorme porque han tenido que irse adaptando a cambios muy rápidos. “Hoy la experiencia del arte es integral; desde como el museo recibe a la gente; los servicios que ofrece; el manejo de la información, etcétera”. Durante la obra, ella estuvo al mando de la parte museológica; esto implicó ver las necesidades en cuanto al uso de los espacios y la comunicación entre un lugar y otro. “Yo aporté en cómo integrar el programa de exposiciones a la arquitectura.
El edificio es emblemático. Ganó un premio de las Bellas Artes y es un referente de la arquitectura contemporánea de nuestro país. Es un edificio tan fuerte que no quería que los espacios quedaran como bloques de salitas independientes sino que realmente hubiera una conexión entre ellos”. Cuenca pidió que se recuperaran las entradas de luz natural que los arquitectos dejaron desde hace 30 años en las salas y que fueron tapiadas porque el concepto museográfico imperante en la época era tener luces fijas. “Nosotros queríamos que la luz natural generara cambios para romper con la monotonía de la luz artificial pero el museógrafo no quiso porque no la podía controlar; decía que cuando había una nube cambiaba todo; precisamente eso es lo bonito, los colores cambian, se revelan cosas en las obras de arte que no se ven con una luz fija”, dice González de León. Hoy la luz natural finalmente es parte de las exposiciones.
Igualar el concreto
El concreto cincelado es un sello distintivo de las obras de González de León y Zabludowsky. El arquitecto recuerda que cuando empezaron a trabajar con este material en grandes edificios de uso público, decidieron cincelarlo para disfrazar los errores de mano de obra y también porque se genera una textura que brilla con el sol y que se ve bien cuando se moja con la lluvia. Para que la parte de la ampliación tuviera la misma apariencia del edificio original, el arquitecto junto con la constructora y la supervisora se pusieron a buscar una arena similar a la que se utilizó en la mezcla hace 30 años. “Era arena rosa del Valle de México que ya no existe. Encontramos una parecida y durante un mes hicimos muestras hasta que encontramos la adecuada”, dice González de León. Para el arquitecto David Navarro, gerente de Supervisión y Construcción por parte de Winco, fue como hacer un injerto de piel. “Fue un proceso interesante. Con el fin de que el edificio creciera de manera armónica y natural teníamos que lograr que no se notaran los añadidos. Como en la construcción original los agregados se asentaron de maneras diferentes en cada lugar, tuvimos que encontrar los puntos donde había las condiciones más homogéneas para en base a ellos hacer las muestras. Además de igualar el tono del concreto se hicieron varios tipos de martelinado hasta que se logró el más parecido”.
En lo que toca a la solución estructural, Navarro dice que la estructura original es muy rígida y había que ligar las nuevas áreas a esta rigidez para evitar hundimientos diferenciales. Los elementos son similares: muros de concreto de 25 cm de espesor con cimentación de zapatas corridas y contratrabes, y losas reticulares; sólo que en las nuevas áreas las losas tienen una capa de compresión inferior y una superior, entonces visualmente lucen planas, a diferencia de las áreas originales donde si se ve el encasetonado.
Otro de los grandes retos fue ejecutar la obra sin interrumpir la operación interna del museo, asá como garantizar la preservación del arte guardado en las bodegas. “Haciendo una analogía con una operación médica, lo que hicimos fue reubicar el corazón y el cerebro. Durante la obra hicimos varias mudanzas internas y echamos a andar de inmediato las áreas operativas” dice el arq. Navarro. En este sentido Carmen Cuenca agrega que el cambio para el personal operativo fue enorme porque trabajaban con tecnología obsoleta y tuvieron que adaptarse a la actualización tecnológica y profesionalizar su labor.
Colofón
El Museo Tamayo tenía una extensión de 4,978 m2, de los cuales 1,703 m2 fueron remodelados. Se edificaron 1,868 m2 de construcción nueva y se restauraron todas las áreas existentes. El área total del recinto es ahora de 6,846 m2; es decir, aumentó un 30% y más del 50% de los equipos fueron renovados (aire acondicionado, redes, subestaciones, entre otros). Teodoro González de León dice que Rufino Tamayo estaría sorprendido y contento de ver que el museo ganó en espacios y que cuenta con nuevos avances técnicos. Al preguntarle cómo le gustaría que este espacio evolucione en el futuro responde: “No se puede prever el futuro. No existe manera de saberlo; hay que dar soluciones para ahora. El arte cambia y va a seguir cambiando .Cómo íbamos a saber hace 30 años que hoy, siete metros de ancho en las salas ya no iban a servir? Ahora se requieren espacios más grandes y sensibles. El futuro lo construimos todos los días enfrentándonos al presente y siempre va a ser distinto. Lo que si espero es que el museo dure otros 30 años”.
Nuevos espacios
Sala educativa: 222 m2, con capacidad para 70 personas.
Centro de Documentación: Equipado con sistema de almacenaje de alta densidad para conservar el acervo especializado de Rufino Tamayo, la memoria institucional del museo y publicaciones de arte contemporáneo para consulta e investigación del público interesado.
Auditorio: Con nuevo equipo audiovisual y de iluminacioÅLn. Tiene una capacidad
para 180 personas.
Restaurante: Cuenta con un acceso directo desde el Bosque de Chapultepec
y una terraza con una vista excepcional.
Tienda: Con acceso independiente desde el Bosque de Chapultepec. Se podrán
encontrar objetos de diseño, nacional y extranjero, libros y catálogos de las exposiciones
del Museo Tamayo, así como libros de arte contemporáneo y de arquitectura.
Bodega de arte: Aumentó su capacidad de almacenamiento en un 40%. Está
acondicionada con sistema de almacenaje de alta densidad, ajustes de seguridad,
control de temperatura y luminaria, sistema de mallas deslizables, mobiliario
para esculturas y gabinetes.
Espacios al aire libre: Además la explanada, ahora también hay terrazas en los espacios
de exhibición, en el restaurante y oficinas. Los distintivos taludes del edificio, áreas
verdes, andadores y rampas de servicio que conducen al museo fueron renovados.
Accesibilidad: Cuenta con rampas y elevador que facilitan el acceso a personas con discapacidad a todas sus áreas y niveles.
Por Isaura González Gottdiener
Fotos: A&S Photo/Graphics
Artículo publicado en el número de julio 2012 de la revista
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